lunes, 28 de abril de 2008

La atomización perceptiva,


Sobre la atomización de la imagen contemporánea

En una secuencia de El sol del membrillo, Víctor Erice retrata las ventanas de unos edificios dentro de las cuales se puede distinguir el brillo de la pantalla de un televisor. El tema de los distintos grados de presencia de las imágenes en la vida humana a lo largo de su evolución temporal y de cómo éstas afectan a la forma de ser y organizarse del hombre ocupa un lugar central en la obra de Erice y otros directores preocupados en ocasiones por rastrear los elementos procedentes de anteriores formas de vida humanas ajenas a la actual masificación de las imágenes que sobreviven en el mundo de hoy, y pone sobre la mesa la problemática de analizar cuál es el nuevo estatus de la imagen y las formas de percepción de los espectadores actuales. Sin embargo, la situación actual no es exactamente igual a la retratada por Erice en su película de 1992, sino que las imágenes se han multiplicado en progresión geométrica desde entonces, dificultando mucho esta búsqueda de una restitución del sentido moral de la imagen, de unas narrativas en vías de extinción. Otros realizadores como Jean-Luc Godard o Apichatpong Weerasethakul han hecho de la actual fragmentación una nueva forma de componer obras demostrando que la narración cinematográfica no tiene por qué haber muerto, sino que se está transformando continuamente. La aparición de nuevos tipos de espectadores es un concepto que se maneja en ciertos sectores del análisis cinematográfico, pero pocas personas se atreven a intentar definir cómo es dicho espectador actual. ¿Podemos acotar cuáles son algunos de los cambios que se han producido en las imágenes consumidas y en su percepción (o viceversa: una cosa implica la otra)?

Hace tiempo que el cine no es el único modo de acceder a imágenes en movimiento, y en la actualidad los medios de obtención de las mismas se han multiplicado hasta el extremo que resulta muy difícil transitar por el mundo, sin percibir alguna de estas emisiones. Por su parte, el material consumido ha respondido cada vez más a un proceso de atomización, o división en secuencias de corta duración, totalmente independientes entre sí. Aquí es inevitable hablar de vídeos del pasado y del presente que pueden buscarse en interNET para ser descargados o simplemente visionados online, o de los pequeños archivos de imagen contenidos en teléfonos móviles y otros aparatos que permiten la reproducción digital sin necesidad de un televisor, amén de otros fenómenos análogos.
Durante la década de los noventa proliferaron en las televisiones programas construidos mediante la recolección de grabaciones caseras. Algunos de ellos se presentaban como espacios que ofrecían vídeos en un marco destinado a provocar la hilaridad de la audiencia, mientras otros optaban por el sensacionalismo ofreciendo vídeos de contenido más duro que mostrasen todo tipo de acciones peligrosas para la integridad física de los seres humanos que los protagonizaban. Hoy en día este tipo de programas construidos a base de retales ha aumentado vertiginosamente, pero con diferencias sustanciales. En primer lugar, el material emitido ya no procede exclusivamente de grabaciones domésticas, sino que se trata de fragmentos procedentes de otras cadenas televisivas así como vídeos y animaciones que circulan por interNET, teléfono móvil o cualquier otro soporte, pero siempre de corta duración (la televisión e interNET son dos medios de exhibición que sin duda se alimentan recíprocamente). En segundo lugar, los autores de las imágenes ya no son personas conocidas que han mandado sus home videos, sino seres o grupos anónimos que, como mucho, firman con algún pseudónimo. En tercer lugar, el material ya no puede considerarse como fiable desde el punto de vista de su verosimilitud, ya que las nuevas tecnologías de generación de imágenes hacen que se entremezclen videos que tienen visos de ser espontáneos con todo tipo de montajes, resultando en ocasiones imposible distinguir entre uno y otro tipo de producto. Y, en última instancia, ha desaparecido la catalogación moral de dichos materiales. Ya no se trata de programas televisivos que emiten “vídeos graciosos” o “imágenes sobrecogedoras”, sino simplemente de imágenes, expuestas sin ningún receptáculo ni consideración apriorística sobre su impacto en el espectador. Imágenes autónomas que son consumidas y que comienzan y terminan en sí mismas, no admitiendo lecturas más allá de lo que muestran, y que predisponen al espectador a una búsqueda incesante de material nuevo, que impacte novedosamente, rápidamente, que funcione en el acto sin lugar para la complejidad o emociones que precisen un tiempo para su aparición.
No hay lugar para la paciencia, sólo para la inmediatez. El fin de cada imagen consumida se agota en sí mismo en poco tiempo, por lo que deben buscarse más para prolongar esa sensación peregrina. Sin embargo, el poder del fragmento sobre el público es muy grande, y en televisión ha sido usado recientemente para la promoción de algunas canciones mediante la repetición sistemática y multitudinaria de un trozo no superior a los diez segundos, generalmente un estribillo con cierto gancho. De igual modo, las películas se anuncian en televisión mediante la emisión de fragmentos cada vez más cortos de las mismas, que las identifiquen como muestras de estructuras genéricas estándar (terror, comedia, aventuras...).
Los teléfonos móviles actuales implementan la posibilidad de realizar grabaciones de baja calidad y corta duración, generalmente utilizada para capturar vídeos de carácter personal de los cuales, no obstante, suelen destacarse aquellos que contengan algún hecho curioso o alejado de la normalidad, siendo, por lo general, desechados los que no ofrecen nada destacable en ese aspecto. En ese sentido, la reciente denuncia del cambalacheo de vídeos que muestran a jóvenes practicando agresiones sobre otras personas es un buen ejemplo de esa búsqueda de un instante con impacto físico que violente la normalidad. Asimismo circulan animaciones, también de autoría incierta, algunas de las cuales muestran a personajes populares del cine, cómic o televisión con un añadido sexual perverso, tal vez para desvelar lo que nunca habíamos visto o para demostrar que todo puede ser visto: En algunas podemos ver a Spiderman copulando con una chica desnuda, los órganos genitales de los miembros de la familia Simpson o a Garfield sodomizando a Odie, pero también un caballo haciendo lo propio con un ser humano o un jugador de baloncesto masturbándose y “encestando” las eyaculaciones en una canasta... De manera análoga, encontramos melodías de origen dudoso en las que suena una melodía más o menos popular a la que se le añade una letra con intenciones humorísticas bastante poco elaboradas o complejas. El consumo de este tipo de material forma parte de la vida diaria de muchos jóvenes (y no sólo de los jóvenes), quienes se intercambian los archivos de video, imagen o sonido mediante conexiones inalámbricas entre sus teléfonos.
Muchas compañías relacionadas con el mercado del móvil buscan en su publicidad identificar la personalidad humana con la apariencia del teléfono. El slogan “personaliza tu móvil” es uno de los más utilizados para ofrecer una serie de logos (fondos de pantalla), carcasas y melodías popularizadas por las radiofórmulas y la televisión. Estos logos reproducen casi siempre motivos reconocibles relacionados con ciertos productos de moda o, en un ámbito más aparentemente “radical”, con el sexo, las drogas y la “contracultura” (la hoja de marihuana con los colores jamaicanos, por ejemplo). Por su parte, casi todas las melodías son un fragmento procedente de canciones con una estructura sencilla de reconocer y, por tanto, de reproducir, y se convierten en copias desnaturalizadas que, como los hilos musicales, mantienen el mismo soniquete sin lugar para los matices. Curiosamente, la posibilidad de editar melodías propias (o sea, de personalizar realmente los tonos de llamada y dar rienda suelta a la propia creatividad) incluida en algunos viejos modelos de telefonía ha sido suprimida en las últimas generaciones, por evidentes causas comerciales. El uso de los teléfonos móviles para hacer llamadas o enviar mensajes ya ha sido, pues, ampliamente rebasado para convertirlos en plataformas multimedia con cada vez mayor número de funcionalidades, de modo que algunos jóvenes aseguran que su teléfono móvil les “aburre” cuando éste ya no ofrece todas las capacidades de los modelos más recientes.
El cine, como los vídeos cortos y las animaciones, se considera igualmente un elemento para ser visto (consumido) y olvidado, de modo que si el producto ya ha sido visto ya no parece necesario ni interesante volver sobre él. Por ello, los nuevos espectadores que obtienen los films en formato digital no siempre tenderán a buscar una mejor copia del film cuando éste aparece en formato de DVD, sino que se conforman con los screeners (películas obtenidas grabando la pantalla del cine con una videocámara) de calidad reducida. Las películas ya no se coleccionan tanto como se consiguen, en una copia de mayor o menor calidad, y se consumen para no volver a ser vistas. La distinción entre una calidad de producción más baja o más alta (por ejemplo entre un film y un telefilm) es cada vez más irrelevante, importa más la capacidad de sorpresa o “ingenio” de las ideas fragmentarias que contengan que la mayor o menor holgura de medios para ponerlas en imágenes. Esto parece ser consecuencia del proceso de acostumbramiento al consumo habitual de imágenes de video de ínfima calidad técnica, poco o nada elaboradas. Por ejemplo, en el caso del porno, ha proliferado el consumo de vídeos cortos en lugar de las “tradicionales” películas largas. Esto se debe tal vez a que dichos fragmentos ofrecen mayor grado de excitación primaria al presentarse en ocasiones como grabaciones “robadas” o “espiadas” (cf. vídeos que desvelan lo que ocurre en probadores de tiendas de ropa o cuartos de baño), respondiendo mejor al ansia voyeurística del espectador que los films porno realizados por un equipo de rodaje.
El consumo de imágenes en bruto, sin apenas edición y sin un responsable conocido, ha fomentado la desidia respecto a averiguar responsabilidad de cualquier producto audiovisual, incluidas las películas. No suele buscarse el conocimiento de los autores de una película que ha resultado satisfactoria de cara al visionado de otros films en el futuro. Éste seguimiento sólo se produce si el film se promociona abundantemente recordando precisamente que se trata “del creador de”, o “de los responsables de”. Pero no hay, por lo general, mucha conciencia de los nombres que han hecho posible una determinada película, por mucho que ésta haya gustado. Del mismo modo, ya no se busca tanto un film por el gancho de los actores que lo interpretan, salvo aquellos rostros que están a un nivel mediático que los sitúa constantemente en primer término en los medios de comunicación de masas.
La experiencia del cine en pantalla grande suele convertirse en un background para actividades que no tienen nada que ver con el visionado de una obra artística. La mayoría de espectadores acude al cine acompañado, en grupo o en pareja, y su interés en el film suele decaer en beneficio de las relaciones con otra(s) persona(s)s presente(s) en la sala. Sin embargo, dicho interés en la película se recupera a ratos, discontinuamente, siempre que suceda un hecho suficientemente relevante o llamativo, resultando extremadamente difícil mantener la atención durante la duración de un largometraje. Tras la sesión, sólo secuencias concretas de las películas son recordadas, sin atención a la sucesión global de secuencias. No hay interés por (o capacidad de) alcanzar una visión de conjunto de la obra, sólo se tienen en cuenta pequeños fragmentos aislados, set pieces de la misma. De hecho, muchos films son promocionados a través de un puñado de secuencias en los trailers (cf. de muchas comedias se ofrecen los tres o cuatro mejores sketches), los cuales suelen desvelar casi completamente el argumento del film. Sin embargo, dichas revelaciones no parecen tener una repercusión comercial negativa, ya que lo que verdaderamente importa reside en la cantidad de momentos concretos de excitación que el film promete dar.
Esta atomización perceptiva que busca el impacto instantáneo y fugaz de la imagen redunda en una dificultad para el acercamiento crítico al material audiovisual que se consume, y para el cuestionamiento de la verosimilitud de la imagen, el cual deja de tener importancia a favor del poder de dicha imagen sobre los sentidos. El análisis de los trasfondos se complica cuando uno se acostumbra a consumir imágenes en bruto cuya corta duración y literalidad dificulta extraer conclusiones de algún tipo sobre ellas. Por ende, los films se consideran cada vez menos de manera global, y más por fragmentos autónomos que contienen a lo largo del metraje.

http://www.trendesombras.com/articulos/?i=46 por Alejandro Díaz








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